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EL ENGAÑO TOTAL

Por: Eddie Fleischman

Pasó sin pena ni gloria una semana más de Copa Libertadores para los equipos peruanos con resultados catastróficos: tres partidos, tres derrotas, cero goles anotados, siete goles recibidos. Último lugar para Alianza, lo mismo para Cristal y la necesidad de Melgar como mínimo, de empatar en Barranquilla ante Junior para quedarse con el consuelo del tercer lugar del grupo y poder continuar en la Copa Sudamericana. Una dura realidad que venimos describiendo de forma constante y que no logró cambiar, ni la llegada de nuevos técnicos, ni la incorporación de jugadores para, presuntamente, reforzar a los equipos. Porque mientras no haya una planificación, mientras no se diseñe y ejecute proyectos y todo se enfoque en apagar el incendio próximo ya inminente, continuará la deformación de nuestro balompié en comparación a lo que hace el resto.
En todo caso, lo más resaltante y atractivo, estuvo en la reaparición de Paolo Guerrero en el césped del Estadio Nacional con la camiseta del Inter, en una actuación no muy relevante y de la que salió sentido del tobillo. De todas formas la presencia de Guerrero en Lima por unos días inyectó de entusiasmo a una afición muy golpeada por el pobre nivel de sus equipos.

En el caso de Cristal, es inexplicable que el elenco rimense mantenga en su plantilla a jugadores que desde al menos 4 temporadas atrás ofrecen respuestas muy limitadas en la competencia internacional y sigan siendo considerados determinantes cuando superan los 35 o 37 años y sus aportes no alcanzan.

En Alianza, la poca empatía entre Russo y el plantel, formado en gran parte por el técnico anterior Pablo Bengoechea, se hizo evidente por la pobre producción del equipo y de sus individualidades en el frente local e internacional. Han llegado ya a 10 partidos consecutivos sin ganar y ha terminado el vínculo del prestigioso pero irresponsable entrenador argentino que, ignorando lo que asumía como responsabilidad, no tuvo ninguna voluntad por encarar con firmeza la adversidad.

Melgar era el equipo que más decoroso papel ofrecía sobre todo por su solidez como local pero ayer simplemente vio pasar por arriba suyo, en Arequipa, al Palmeiras. Los de Scolari le hicieron 4 que pudieron ser 6 u 8.

Y aunque resulte redundante, el aficionado peruano, hincha de cualquier club -porque ninguno se salva- debe terminar de convencerse: el torneo peruano es un engaño total. Despierta entusiasmos efímeros e ilusiones falsas que se desnudan en los torneos fuera de nuestras fronteras. Encumbra a figuras que además reciben salarios de élite cuando en su gran mayoría son jugadores de un nivel ordinario para el mercado internacional. Ello por supuesto facilitado por un ámbito laboral protegido por el límite de extranjeros autorizados y que obligan a los clubes a pagar cifras de locura por futbolistas ‘regularones’. Peor aún, con la bolsa de minutos, se obliga a los entrenadores a utilizar jugadores sub 20 que, en su mayoría, no dan la talla para una primera división. Futbolistas fabricados para una temporada y cumplir con la norma pero que, con 21 años, ya no encuentran lugar en la primera división.

Todas medidas que pretenden, supuestamente, otorgar más competencia al jugador peruano facilitándole su llegada a la primera división y que, al mismo tiempo, fomentan la mediocridad. Aquí se enfocan en la cantidad y no en la calidad. Y así nos va. Mientras esas directivas que llegan desde la FPF no se abran a la libre competencia, no tendremos cotizaciones de jugadores fieles a la realidad, no habrá presupuestos que alcancen para sembrar en menores, no habrá vallas altas que motiven el salto de calidad imprescindible por estos tiempos. 
Cerramos la nota con amargura pero también la frialdad de siempre: en la primera división profesional tienen que jugar los mejores vengan de donde vengan, para que la competición crezca. En ese contexto subirán menos jugadores peruanos pero todos se.habrán ganado un lugar por ser competitivos. Y de eso se trata. Mientras tanto aquí siguen buscando fórmulas con torneos de 18 o 20 equipos cuando a lo sumo debería haber 12. Será difícil que una mediocridad tan instalada en la dirigencia cambie de un momento a otro; pero eso sí, seamos consciente de un axioma: si no cambia nada, no podemos esperar nada distinto.

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